martes, 3 de marzo de 2009

PALABROTAS


Orlando Chirinos


Un pequeño animal remonta las piernas de una mujer que ha aparecido violada y muerta en una costa marina. Se asoma entre las cavidades más íntimas, para hacer compañía a las hormigas que se alborotan “…buscando mieles podridas…” en la geografía de aquel cuerpo. Es un cangrejo. De algo tan minúsculo y aparentemente insignificante arranca la más reciente novela: El Bululú de las ninfas, del escritor, periodista y poeta José Pulido. El conocimiento y ejercicio de esos tres oficios, con gran solvencia, además, le permite a Pulido el tratamiento magistral de una tema que en ningún momento se le va a ir de las manos, pues alrededor del crimen se irán organizando otros elementos, los cuales irán yuxtaponiéndose, en natural consonancia, con el asunto central de la obra, verbigracia: el deslave que en el año 1999 azotara la región del litoral cercano a Caracas (escenario de El Bululú…), algunos personajes y su cotidianidad en la vida de un barrio, la obsesión de uno de ellos por una joven vecina y la memoria de la infancia de los mismos.

De algo que para ciertos comentaristas de la literatura venezolana pudiera parecer tan local e inmediato, este escritor hace algo universal, a través del juego de tensiones que va forjando, y que se traduce en las pistas y datos falsos que el narrador va dando, lo que logra crear en el lector expectativas que lo hacen volver su interés hacia un lado, mientras el autor ha colocado la parte medular de la trama en otro sitio. Es un juego, todo parece responder a una provocación de carácter lúdico hacia el lector.

Minúscula, insignificante en apariencia, amén de repetida, parecería hoy la historia de un amor como el que profesó Dante Alighieri por Beatriz di Folco Portinari o el de Francisco Petrarca por Laura de Noves, por allá en el siglo XIV, y sin embargo, la maestría en el manejo del lenguaje y la consustanciación con el material abordado, esa especial capacidad para construir un universo, que sin dejar de ser ficción y apegado a sus propias leyes, se tutee y se levante como una realidad alterna, tan real como la denominada “realidad objetiva”, sin embargo, se insiste, esa pasión ha logrado imponerse, trascender su propia época.

En el anonimato que las grandes concentraciones humanas posibilitan hoy en día, un crimen más, una muerte violenta más, dolorosamente: no impacta o sorprende poco. Haría falta un factor adicional, un toque espectacular o, en su defecto, curioso. Un detalle fuera de lo común, que capte la atención. Pues, bien: la turista alemana, porque de eso se trata, no sólo ha sido violada, sino que ha sido sometida a prácticas sexuales de tal índole y con tal bestialidad, que su sexo ha sido deformado y, por añadidura, cubierto de yogurt. No obstante la importancia que esto pueda tener dentro de la trama, sexo y muerte, tan caros a la literatura de todos los tiempos, imponen su prestigio pero no su rango. Todo se inscribe dentro del concepto de intrahistoria, de Unamuno. Luz Marina Rivas, al reflexionar acerca de lo que ciertos autores consideran como histórico, asienta que: “La visión de la historia no debe circunscribirse a un panorama “desde arriba”, desde las instancias del poder; deben ser incluidas las perspectivas “desde abajo”, es decir las de la gente corriente (p.42: La novela intrahistórica: Tres Miradas Femeninas de la Historia Venezolana, Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo).

Porque eso es lo que al final de cuentas más atrae: la visión, la memoria, los sentimientos, el pensamiento de los personajes y el sistema de relaciones en el que se mueven. Esto va creciendo en el cuerpo de la novela y concluye por opacar la atención sobre el asesinato de Marta, la turista extranjera: el viaje es más relevante que la meta, por ello el lector puede acabar por desentenderse de quién es el autor o autora del delito. En cualquier caso: cangrejo (¿recuerdan la figura con la que abre El Bululú…, tan emblemática en el contexto policial venezolano?) es cangrejo.

La trinidad escritural que es Pulido, en su versión de narrador, selecciona el tema, o al contrario, según algunos: es seleccionado por éste: un grupo de amigos que han crecido juntos en un barrio costeño ven llegar la adultez viendo pasar los días con muchos apremios y repetidos festejos alcohólicos, pero sin cosa extraordinaria alguna. Sólo Bubute, un mozo huérfano y despojado del patrimonio que parece corresponderle, se aferra como un obsedido a la figura de una mujer contemporánea: Antonia, con la cual, así como con Bernardito, antiguo camarada y ahora sacerdote, comparte un secreto infantil. La monotonía de la existencia de estos compinches, junto con la del barrio, desde un comienzo se verá alterada por la aparición del cadáver mancillado. Cuando se despierten, parafraseando a Monterroso, ya el dinosaurio estará ahí.

Bubute encaja, en cuanto sujeto, en lo que Luis Britto García (La vitrina rota: Narrativa y crisis en la Venezuela contemporánea) califica como “la era del vacío”, en la que “…parece difícil encontrar otro sujeto, tanto en la realidad sociopolítica como en la literaria, a menos que se tome como tal al personaje recurrente de la narrativa del período: el desubicado, el perplejo, el ser a la deriva y en declinación”. Cierto, Bubute es un personaje de la periferia, un expulsado del paraíso: “La familia que le queda consideró justo darle esa parte de la casa, después que su madre falleció. La casa era de su madre y de su tía, quien se nombró heredera a sí misma. De todo el gajo familiar sólo eso es suyo, aunque no puede venderlo porque ese cuarto trasero es como prestado: cero papeles de propiedad. Una escalera que sube y se quiebra hacia la izquierda, llega a la puerta de su estrecho hogar, que tiene una ventanita con vista a la quebrada y al barranco. La cama muestra un zanjón en el medio como si le hubiesen extraído una vaca. Está condenado a comprar un colchón nuevo el día que tenga billullos y con qué. Las paredes sin friso lucen afiches que la resequedad, el polvo y el tiempo transforman en colgajos harapientos. Una mujer en bikini, un barco que recorre el Caribe cargado de turistas y un batazo fenomenal que dio Galárraga en sus inicios. Tres sueños, podría decirse”. Su tragedia, no por reiterada en tantos seres, es menos sórdida ni cubierta de menor desespero. Pertenece a lo que el mismo Britto García menciona como “…los protagonistas sin rasgos marcados, (…), anónimos, (…) enfrentados a un universo ininteligible que los devora o los anula”.

El ojo de Pulido el escritor va develando o inventando la realidad: social, psíquica. Es dura, pero es la realidad, es grotesca por instantes, pero es la realidad, es procaz, pero es la madre realidad: “No sé qué me pasó. Perdóname esa vaina, güevón. Eras tan puro. Nunca tuviste culpa de nada. Yo me preguntaba ¿cómo puede aguantar tanta leche en las bolas, tantas ganas de abrazar a alguien y derramarse encima?”. O: “¿Cómo obtuvo la droga? ¿quién le dijo que eso servía para dormir a la gente? ¿Por qué se murió si yo lo único que hice fue mamarle esa pepa divina, mamarle esas tetas que nadie había aprovechado, meterle el palo mil veces…?”.

El poeta que el segundo Pulido es, viene detrás del primero y habla, de preferencia, sobre la infancia, con una sensualidad y felicidad adánicas: “A mí la infancia me huele a sancocho de pescao, hervido de costillas con yerbabuena, agua de piña fermentándose, canillas de pan recién horneadas, kuléi de uva, y aquel perfume serio, de chocolate con hielo picaíto…”. Poesía no es “bonitura” o, por lo menos, no es sólo eso, ni puro “vuelo poético”, ni rebuscamiento de la expresión. Aquí, en este país, ya lo dijeron los del grupo El Techo de La Ballena y los de Tráfico: la poesía (y la literatura en general) puede doler, oler mal, pero está obligada a salir a la calle, a trepar el cerro, a hurgar en los basureros. Más allá, y antes, simbolistas como Charles Baudelaire, en el instante en que pusieron el dedo en la llaga y revolvieron tras la máscara de una ciudad, París y sus miasmas, sus excretas. Poesía, en definitiva, no es ñoñería. El personaje será más auténtico en la medida en que se le abandone a su propio destino. El maquillaje que intente disfrazar verdades grandes como una catedral, el andamiaje, la tramoya que pretenda encubrir lo que no es sino lo que es, terminará cayendo bajo su propia mentira. Se trata de contaminarse de historia, de esa menuda que ya nombramos. Se corren riesgos al plantear situaciones de orden político o social, pero la maestría está, justamente, en la mano del creador: crear un universo verosímil , en el que cada pieza calce perfectamente con las otras y cuyo artefacto final funcione con total independencia de su autor.

El tercer Pulido, el periodista, parece venir a poner la mesa en su santo lugar. Se nota en la precisión del lenguaje, y precisión equivale a eficacia. Como Homero, si es cierto que era uno y únicamente uno, el escritor en referencia elabora un conjunto cuyo lenguaje se caracteriza por la sobriedad (sobriedad no es aburrimiento), por lo exacto del término que describe o narra, en ese juego de transferencia de voces de la primera a la tercera persona gramatical, y viceversa. Admirable, siempre, es la impostura de la voz del “otro”. Pulido el periodista conoce el fenómeno reseñado en noviembre de fines del XIX por Alejandro Humboldt, en su visita a La Guaira, el que anota como “…una alteración extraordinaria en la constitución atmosférica causada por el desbordamiento del río de La Guaira. Este torrente, que por lo general no tiene 10 pulgadas de hondo, tuvo, después de sesenta horas de lluvia en las montañas, una creciente tan extraordinaria, que arrastró troncos de árboles y masas de rocas de un volumen considerable. (…). Varias casas fueron arrebatadas por el torrente…”. Lo conoce y, con excelente olfato, le arrebata el dato a la realidad inmediata y reciente y sobre esa tragedia nacional, levanta la otra: la personal, la doméstica, en cuya superficie nada la miseria peor: la del alma, la de la mezquindad, la avaricia, la perversión.

Ahora ¿cómo hacer para sortear con buena fortuna los escollos que representan la posibilidad de caer en el panfleto, en una literatura de alegato, demasiado seria, tan grave y solemne como un pésame? Ah, es entonces cuando las mejores armas de José Pulido entran en acción, para tirarle una larga y sostenida trompetilla a lo académico: “Esopo, se llamaba el tipo. Con un nombre así no se llega a ninguna parte. Si hubiera sido mujer se llamaría Esopa. De chiquita le dirían Esopita. La cagada de pato macho”.

La mano periodística, finalmente, unida al ingenio creador de Pulido, hará de esta una novela dual, bifronte en la que viven en interesante maridaje lo sublime con lo pedestre, con predominio de lo último, porque, vamos, alguien tiene que llevar el mando; lo beatífico con lo sensual; la muerte con la vida; lo urbanizado con lo que identifica al barrio; la compasión y la ternura con la impiedad y la violencia, además de otros binomios. Quizás sea Bubute quien informa acerca de esta antítesis. En un pasaje de El Bululú…, en el delirio que lo estremece, suerte de soliloquio, ese monologar de la consciencia consigo misma, dice: “Hasta hablo como profesor en este sueño de mierda. ¿mierda? y ahora que deliro como engolado, no debería decir palabrotas, pero esa es mi verdadera personalidad”: así camina esta novela, entre dos tonos. Sin hacer concesiones a la ñoñería, como ya quedó dicho, y afirmando categóricamente que La Guaira es La Guaira y Caraballeda es Caraballeda y Naiguatá es Naiguatá y que una totona es una totona en la Tierra y en Marte. Y a nadie debe temblarle el buen gusto, si es que hay tal categoría en el arte y la literatura, cuando las propuestas vienen de uno de los grandes narradores de esta nación, al que hay que leer a lo largo y ancho de sus libros, y a quien hay que hacerle justicia en este país y en todas las lenguas, porque su obra quedará, que no queden dudas, para la posteridad, para la academia y para el lector común.


Texto leído en la presentación de la novela, en la Feria del libro realizada en la Universidad Metropolitana, febrero de 2007.


Orlando Chirinos, 1944.
Escritor. Profesor de literatura en la Universidad de Carabobo. Ha publicado:Última hora en la piel, (relatos) 1979; Oculta memoria del ángel, (relatos) 1985; En virtud de los favores recibidos, (relatos) 1987; Pájaros de mayo, su trueno verde (relatos) 1989; Adiós gente del sur, (novela) 1991; Imagen de la bestia (novela) 1993; Parte de guerra, (novela) 1998.

Ha obtenido el premio del Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional, 1983; finalista del Concurso Internacional de Cuentos Juan Rulfo, promovido por Radio Francia Internacional, 1987, entre otros galardones.

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